Francisco Díaz, tiene 44 años y quizás ha estado más tiempo bajo el agua que en la superficie. Él es buzo mariscador de oficio, vive feliz en una isla sin imaginarse realizando otra actividad.
Francisco vive en la localidad de «Isla del Rey«, territorio rural perteneciente a la comuna de Corral, en la Región de los Ríos. La isla limita con los ríos Tornagaleones, Angachilla, Futa y Valdivia.
Para este buzo mariscador, no existe otro lugar para vivir que su isla. Ahí nació, conoció el oficio, tuvo a sus hijos y desarrolla su profesión. Francisco no conoce de tacos, bocinas, ni del bullicio típico de la ciudad.
«Nunca he vivido en otro lugar que no sea la isla. Aquí tengo todo lo que necesito, la isla te ofrece tranquilidad y confianza, uno conoce a toda la gente, yo puedo dejar todas mis cosas afuera de mi casa y no me las van a robar», satisfacciones -afirma Francisco- que no las brinda la ciudad.
Con orgullo muestra cada uno de los rincones de su isla. Los autos o camionetas, llaman la atención y son poco habituales aquí. Sin embargo, los caballos, chanchos y vacas forman parte del verde y colorido paisaje de la isla.
A medida que avanzamos hasta el embarcadero, donde Francisco tiene sus botes, es posible ver las algas tendidas en el suelo, camiones cargando este material y toparnos con el saludo de todas las personas con las cuales nos cruzamos- acá todos nos conocemos- asegura Francisco.
SU VIDA DE BUZO
Francisco comenzó a trabajar desde que terminó octavo básico. Su padre, también buzo, falleció cuando él tenía apenas 10 años. Desde ese momento debió pensar en cómo mantener a su familia y a sus hermanos menores.
Fue así como a los 15 años comenzó a interesarse en el oficio del buzo mariscador. Con los conocimientos que adquirió de su padre, Francisco poco a poco fue tomándole el gusto a este trabajo. «Primero comencé siendo asistente de buzo, para ver cómo se realizaba este trabajo. Cuando ya tenía 17 años pude sacar mi permiso de buceo. Uno debe hacer un curso con instructores especializados para luego dar un examen en la Armada, donde buzos tácticos te ponen a prueba en diferentes situaciones», recalca Díaz.
Su trabajo depende de las mareas. Puede pasar entre 3 a 5 horas sumergido bajo el agua, en periodos de una a dos horas, pero si las mareas son muy fuertes, simplemente no se puede salir a trabajar. En las temporadas de primavera y verano, las jornadas comienzan a las 6.30 de la mañana y terminan a eso de las 17 horas. «Ahora estamos trabajando con las algas. En las mañanas las sacamos, luego las dejamos reposando en la pampa para que se sequen y finalmente las colocamos en sacos. Mensualmente recojo sobre los mil kilos de algas«. Estos sacos son almacenados en una bodega que tiene en su casa, para luego venderlos de manera mensual a las diferentes empresas que llegan a la isla. Algas que luego exportarán al extranjero.
LA ARTESANÍA, SU SEGUNDO AMOR
Francisco es buzo de corazón pero artesano de tiempo libre. Él siempre supo que tenía habilidades manuales, pero nunca antes las había explorado, hasta que por situaciones extremas debió entretenerse en algo.
Hace aproximadamente dos años, Díaz, tuvo dos pre infartos, debido a un soplo en el corazón que había arrastrado de niño. El resultado era categórico, no podía moverse, ni hacer actividades que le exigieran mucho esfuerzo por cerca de un año. Fue ahí que decidió poner en práctica su creatividad para pasar los días y sentirse útil. «A raíz de mis infartos tuve que dedicarme a algo, comencé a realizar figuras, hacer botes, tallado de diferentes objetos. No podía hacer nada más y esto de alguna manera me mantuvo activo durante esos meses», explicó Díaz.
Hoy en día, cuenta con uno de los pocos almacenes que posee la isla. Ahí vende desde el tradicional Mote con Huesillo hasta pie de limón, tortas, bebidas y diferentes confites. Además, este puesto es la vitrina perfecta para mostrar sus productos. Artesanías que los turistas se llevan de recuerdo o que los propios isleños compran para regalar.
Por Mónica Farkas