Años atrás se consideraban como un acto de rebeldía. Actualmente, más personas quieren hacérselos y su aceptación ha crecido enormemente. Son los tatuajes: diseños que adornan la piel y relatan la vida de su portador.
Más que una herida, tatuarse es un homenaje al cuerpo, un complemento de significados único. Cada tatuaje tiene su historia y el tatuador es el encargado de ser el medio por el cual los deseos se convierten en realidad. Por esta razón, cada vez más personas comienzan a comprender la relevancia de este tipo de arte y, asímismo, el interés por tatuarse aumenta día a día.
Amigos, parejas, familiares o colegas, en general todos conocen a alguien que se haya tatuado. Sin embargo, y a pesar de ser más común que antes, un tatuaje no es una decisión fácil, pues hay que seleccionar el diseño que se tendrá en el cuerpo para toda la vida, además de determinar dónde y con quien se hará.
En Los Ríos, el interés por tatuarse ha crecido considerablemente. Sólo basta caminar un instante por la costanera valdiviana, sentarse un momento en la Plaza de Río Bueno o simplemente esperar una hora en el consultorio de Paillaco, para poder apreciar los diversos diseños que los habitantes de la región exhiben libremente.
Debido a esta tendencia que crece cada vez más, es necesario conocer a quiénes son los encargados de dar vida y color a la piel: los tatuadores, personajes que generan sus ingresos sin el tedioso estrés laboral ni los interminables horarios de oficina; al contrario, viven haciendo algo que les apasiona, que les divierte, algo donde su habilidad y talento los hace felices.
Arely Rojas, tatuador chillanejo que desde hace varios años decidió establecerse en Valdivia, no es partidario de los trabajos convencionales, prefiere hacer algo que le gusta y vivir de eso. «Estoy feliz haciendo esto (tatuar), no debo responderle a un jefe y respondo a mis tiempos. Me gusta mi independencia económica; creo que nunca hubiese funcionado en un trabajo con traje y corbata«.
Por otro lado, tatuar no es algo que se aprenda de forma tan sencilla; lo ideal es que otro tatuador sea el guía o mentor de un aprendiz, el que pulirá sus habilidades hasta que su maestro le dé la aprobación para comenzar a tatuar. Claro está que no siempre sucede eso, ya que generalmente los tatuadores comienzan con máquinas hechizas y tintas de bajo presupuesto, por lo que la autoeducación es muy frecuente en esta disciplina.
Claudio Andrés Solís, o mejor conocido como Angello Tattoo en Facebook, «Chichi» para sus amigos, hizo sus primeros tatuajes sin saber las técnicas o estilos que este arte arrastra desde hace miles de años. Su única filosofía, que además sirvió como advertencia previa a tatuar en los inicios, fue su frase «contigo aprendo»; no obstante, de a poco comenzó a potenciar sus virtudes, incluso en la actualidad ve en Paul Booth -tatuador estadounidense mundialmente reconocido por sus tatuajes agresivos, oscuros y macabros- una de sus mayores influencias artísticas.
Tatuando a compañeros del internado donde estuvo en su infancia, Claudio inició su travesía por el mundo del arte corporal. «Mi primer tatuaje fue de la forma mas arcaica que hay en este medio, por lo menos aquí en chilito: consta en atar una aguja a un palito de fósforo; éste se introduce a un tubo de tinta china, o se hace tinta del interior de una pila; se unta la aguja y manualmente se pincha la piel«. «Chichi» recuerda que su primer tatuaje fue un águila, el que ahora, según él, debe verse como una lagartija. «Es rentable (tatuar), o sea alcanzaba para cigarrillos y carretes en el principio, ya que no habían mayores responsabilidades, ahora tengo una familia, así que buena elección ser el propio jefe. Ya un objetivo logrado«, confiesa el tatuador oriundo de La Unión.
Por otro lado, Pilar Soto, Unionina al igual que Claudio, está recién encantándose con la posibilidad de dedicar su vida a los tatuajes. «Me decidí a seguir con esto porque me gusta de verdad y me motiva. A veces siento que necesito tatuar para estar tranquila«, revela la estudiante de Antropología. Para Pilar, los tatuajes «son símbolos que he necesitado llevar siempre conmigo para recordarlos, como la nave espacial que tengo en el pie y me la hice yo misma, que es para despegar y aterrizar; es como una nave del poder, el poder ser, el poder ir y venir«.
Al contrario de sus pensamientos, aún existen personas que discriminan, o miran como «bicho raro», a quienes ostentan orgullosamente algún tatuaje. Ante esto, Pilar menciona que «estas personas están en un mundo y yo en otro. Es lamentable que discriminen, me da lata que piensen de esa manera«. Por su parte, Claudio cree que «siempre habrá discriminación la cual uno no controla; si no es por tatuajes será por otra cosa; vivimos en un mundo de competencias y, habiendo éstas, siempre existirá. En lo personal, creo que es absurda la discriminación por los tatuajes en los empleos, pero por lo menos se ve un pequeño avance: ya se ve gente tatuada en servicios de atención al público«.
Otro que ha debido enfrentarse ante esta discriminación es Arely: «recuerdo que desde mis primeros tatuajes he tenido que lidiar con cierta discriminación; principalmente de parte de mis viejos y los mismos profesores, porque mi grupo de amigos tiene claro que esto (tatuar) es mi pasión, por lo que respetan y aprecian lo que hago, de lo contrario, mis amigos serían otros y no los que ahora considero como tales«.
Más que una marca, un símbolo o una modificación a la piel, los tatuajes son la representación subjetiva de nuestra vida; una vida en la que tomamos millones de decisiones trascendentales y otras no tanto, pero que finalmente son decisiones: una vida con deseos y sueños sin cumplir; una vida con miedos y alegrías. Es así como cada tatuador percibe su entorno; algunos con discriminación, otros con esperanzas y algunos con deseos y anhelos, todos con distintas metas y objetivos, solamente unidos por un mismo arte: Tatuar.
Por Claudio Castro